Regresión

Es difícil precisar en que momento exacto se les cruzó por la mente armar una máquina del tiempo. Los que lo idearon son Bramer y Langues, hombres de ciencia, mentes brillantes que ahora veo pensativos con ese extraño artefacto sobre una mesa y con todos los cables sobresalientes. Tiene forma cilíndrica, con varios botones de comando y una pequeña pantalla.


Dicen que si funciona será el invento más importante de la historia humana, no sólo humana dicen, sino del universo entero. También hablaban, hace un rato, de recaudos a tomar, y de los riesgos que implica hacer que arranque. Van a realizar una prueba, en principio, para retroceder en el tiempo, porque la máquina para ir al futuro es otra aparte, según entendí.


Langues se levanta sonriente, dice que está decidido, ya está todo terminado. Esas palabras me dejan en claro que no estaban pensando algo referido al experimento, sino que reflexionaban acerca de lo que van a intentar hacer. Tienen todo listo, me piden que encienda el generador. Bramer y Langues ponen sus dedos índices juntos sobre el botón de inicio, y lo presionan..nanoiserp ol y ,oicini ed nòtob le erbos sotnuj secidnì soded sus nenop seugnaL y remarB .rodareneg le adneicne euq nedip em ,otsil odot neneiT .recah ratnetni a nav euq ol ed acreca nabanoixelfer euq onis ,otnemirepxe la odirefer ogla odnasnep nabatse on euq oralc ne najed em sarbalap sasE .odanimret odot àtse ay ,odidiced àtse euq ecid ,etneirnos atnavel es seugnaL


.ìdnetne nùges ,etrapa arto se orutuf la ria rap aniuqàm al euqrop ,opmeit le ne redecorter arap ,oipicnirp ne ,abeurp anu razilaer a naV .euqnarra euq recah acilpmi euq sogseir sol ed y ,ramot a soduacer ed ,otar un ecah ,nabalbah nèibmaT .oretne osrevinu led onis ,necid anamuh olòs on ,anamuh airotsih al ed etnatropmi sàm otnevni le àres anoicnuf is euq neciD

.allatnap añeuqep anu y odnamoc ed senotob soiravnoc ,acirdnìlic amrof eneiT .setneilaserbos selbac sol sodot noc y asem anu erbos otcafetra oñartxe ese nec sovitasnep oev aroha euq setnallirb setnem ,aicneic ed serbmoh ,seugnaL y remarB nos noraedi ol euq soL .opmeit led aniuqàm anu ramra etnem al rop òzurc sel es otcaxe otnemom euq ne rasicerp licìfid sE

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Letras autónomas

Era una habitación muy pequeña, con pocas cosas. Había lugar sólo para lo que allí habían puesto. Y con fundamentos se podría decir que era y siempre será un lugar para que lo ocupe una sola persona, porque dos serían multitud.



Dos metros y medio por tres metros, esas dimensiones eran las del cubículo. En una de las paredes con mayor medida, se encontraba la puerta. Al ingresar, había, a la derecha una vieja cocina blanca, blanca en partes y en otras sin pintura, debido a la antigüedad. Seguido de esta, y ocupando ya todo ese costado de la habitación, estaba colocado un escritorio. Era pequeño, de haber sido más grande no hubiera podido estar allí. También estaba la silla, elemento fundamental de escritor; resulta muy dificultoso escribir estando de pie, al menos para quien intenta hacerlo bien.


El que ingresara vería frente a si, varias cajas amontonadas una sobre otra, no se que era lo que contenían. Y en la pared opuesta al escritorio y la cocina, la de la izquierda de quien entraba, había un ropero. De una madera similar al quebracho, desconozco si era hecho de ese árbol, pero al menos lo parecía. Tantas cosas aparentan y finalmente resultan no ser.


Todas esas cosas eran las que había en esa piecita. Ese era el cuarto donde Roque de la Peña escribía. Él era el único dueño, o el único que entraba y le daba un uso. Dos eran multitud.


Ese lugar era especial, por eso mereció tal descripción. Roque lo había hecho especial, dándole ese toque suyo, haciendo propio ese cuarto, él era en realidad el especial. Tenía cincuenta y seis años, y era abogado. Cabello y bigote ya con algunas canas, bastantes. Se la pasaba redactando sus cuentos, aunque él siempre confesó que no era un aficionado a la literatura. La vuelta al mundo en ochenta días, escuela de robinsones, infaltable el capitán Nemo, bastaban para darse cuenta que las novelas clásicas y , particularmente, Julio Verne, eran de su mayor predilección.


Había escrito muchos cuentos, una novela completa, y se encontraba en aquel entonces elaborando otra, de la que llevaba siete capítulos. Él decía que le costaba escribir, puntualmente se refería a su profesión de toda la vida como culpable de ello. Decía que por ser abogado no podía escribir de forma más suelta y fluida. Varias veces me dijo que los abogados suelen ser buenos con la palabra oralmente, pero que escribir bien muy pocos saben. Me expresó también, no recuerdo en qué ocasión, que para ser escritor era preferible no ser licenciado en derecho.


Aunque hablara así, Roque tenía talento. Entonces los hechos contradecían sus dichos. Era uno de los mejores abogados del país y obviamente le pagaban muy bien aquellos que lo contrataban. Escribía con mucha frecuencia desde que tenía 30 años. Y no era a otro, sino a él, a quien le habían ofrecido la publicación de sus cuentos. Era lo que decía que no podía ser: un abogado escritor.


Cerca del año 1993 estaba próximo a salir a la luz su primer libro de relatos breves. Él éxito en su profesión ya lo había conocido, ahora quería comenzar a experimentar lo mismo en esta otra fase de su vida.


Siempre iba a lo de su madre Ana María a visitarla, a ella y a su hermano Antonio, dos años menor que él. Doña Ana se alegraba cada día con la llegada de su hijo, estaba orgullosa de lo bien que le iba a su hijo. Recordaba cuando de pequeño estudiaba en ese pequeño cuartito, también se acordaba de los años de juventud del hijo pródigo en ese lugar, y ahora lo veía de grande escribiendo, casi todos los días.


Ese primero de junio, hizo lo mismo de siempre. Llegó a lo de su madre, tomó un té con ella y se fue a la piecita, se sentó junto al escritorio y se puso a escribir.


La historia parecía escribirse por si sola, como siempre, sólo había que pensarla un poco antes de hacerla, y todo quedaba escrito. Un hombre escribía en un pequeño escritorio ¿Acaso eso no repite mi historia? ¿Se escribe en presente?, pensaba. Escribía porque siempre le había gustado, era feliz. No todos son felices, se lee en otra línea de la historia, no hay felicidad para todos, está claro. Hay odio de unos hacia otros también en el relato.


Y sintió que lo vivía., que se repetía. El hombre en el escritorio, un papel y un lápiz. También una puerta que se abre detrás del escritor que ya no escribe, que se queda paralizado. Da igual, el que empuña el lápiz sabe que otro se atrevió a entrar con letras propias. La luz también ingresa desde el exterior de la habitación y muestra la sombra de lo que parece ser un hermano. Se distingue que viene con un arma en su mano, siempre siendo sombra.

El espacio es muy pequeño, todo está tan cerca. Pero hay dos personas alejadas por la envidia, los celos, aparece y se escribe el odio. Cuando el lápiz cae al suelo ya se oyó el disparo, y un hombre en un pequeño escritorio, tirado sobre él. Brota la sangre, todo es tan similar, la historia concuerda, se ve tan real. La sangre está en el papel, la historia ya está escrita.
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Mejor no hablar...de ciertas cosas

Era el momento típico de los que trabajan en un campo. Una de esas conversaciones en las que se suelen meter las personas casi cuando ya no queda mucho para hablar. O quizá no, por ahí alguno de ellos terminó orientando la cosa hacia el punto al que quería llegar, pero sin contemplar que lo que no se elige es como termina el tema, quién interviene y quién le pone el final.


Era sábado, y todavía no habían cobrado la quincena, les pagaban el martes. Algunos pesos habían guardado; ya sabían que como era el segundo sábado de esa quincena no iban a ir al pueblo, cuestión que era religiosa entre ellos, porque el momento de salir a gastar era cuando se tenía el bolsillo más lleno. Habiendo salido el fin de semana anterior a mostrar billete, era por eso que habían tenido esa prevención, otra costumbre, porque algo tenían que tomar cuando se juntaban en la casilla de noche.


Había sido pesada la labor del día. Habría sido más dura para cualquier persona que no está acostumbrada, pero estos ya casi ni sentían los dolores por estar todo el día agachados juntando papas. Asíque se merecían un momento tranquilo, para hacer lo que a otro ser humano le resulta común y de todos los días, comer bien y hablar con sus pares. Pero no sólo era bravo el trabajo por el esfuerzo en si, sino también porque los hacían trabajar mucho más de lo que debían, dicho claro: los explotaban. Esa era la diferencia con cualquier otra persona, que ellos trabajaban en un campo y eran del interior, cuestión más que repetida en el rubro agrícola, la del patrón que paga poco por mucho que se trabaje, sin hablar del aprovechamiento ante la necesidad de trabajo de la gente provinciana y poco instruida.


Sucedió un 3 de agosto. Se habían extendido entre vinos y cervezas, entonces ya era domingo y era 4. No había quedado casi nada para tomar, apenas una caja de vino blanco por la mitad, y el único que lo tomaba era José, el santiagueño, los otros se inclinaban al tinto o la cerveza. Pero ya no quedaba nada por lo que inclinarse, habían bebido lo que tenían. Entonces dijo Manuel, uno de los tres correntinos que completaban aquella reunión de a cuatro:


- Habrá que traer la cañita para pasar el frío…
- Traiga nomás, amigo, que le haremos un lugar-. Dijo Felipe, el coterráneo del que hacía la propuesta, mientras los otros dos soltaban sus carcajadas junto con Sixto, el tercero de Corrientes que completaba el grupo.


Caña con ruda fue a buscar a la alacena que tenía la casillita. Les había quedado desde el primero de mes, cumpliendo con esa tradición de los del norte y el litoral, que dice que hay que preparar unos días antes del primero de agosto una botella de caña a la que se le pone ruda y se la deja reposar. El primero a la mañana bien temprano, cada uno, en ayunas, había bebido un trago de aquella fuerte poción, que según dicen es para ahuyentar los males y enfermedades del invierno.


Ya habían hablado de cómo estaba el campo, del trabajo, la familia, y no había faltado la recurrente crítica en voz baja al patrón y al salario. Hasta que se pusieron místicos. Comenzó Sixto…


- Nunca les conté lo que le pasó a mi primo una vez, de noche, allá en Corrientes…- Soltó la frase para dar paso al relato, mientras esperaba la contestación de los otros.


- ¿Qué le pasó?- Interrogó el santiagueño.


- Les cuento, así pasamos un rato más, total mañana arrancamos tarde.- Mientras mojaba la garganta con un poco de caña.- Mi primo salió una tarde para el cementerio, iba a visitar a mi tía, pobrecita… Que se había muerto hacia dos años ya. El loco ni miró el cartel de la entrada, que decía la hora a la que cerraban. Se metió y arrancó pa´l fondo, ahí enterraban a los que hacía no tanto que se habían cambiado al otro barrio.


- ¿Qué?¿No se te ha entendido eso del otro barrio?- Preguntó Felipe.


- ¡A los que se han muerto chango! Pero este dice que se cambiaron de barrio, como que se fueron de su casa al cementerio.- Aclaró el santiagueño mientras se reían de Felipe y esperaban que siga Sixto el cuento.


- Bueno. Se fue para las últimas tumbas casi, dejó las flores y eso, y cuando volvía vio la puerta de entrada cerrada. El tonto no había visto que cerraban a las siete, ni se enteró que cuando entró ya estaban por cerrar. Y no había nadie para abrirle, así que, antes de que oscureciera más, se fue costeando por la pared buscando algún lugar para trepar y saltarla ¡Porque era altísima! Y en eso, ve a una mujer, paradita cerca de la pared, más adelante. Fue y le preguntó cómo iban a salir de ahí, si sabía qué hacer porque la veía muy tranquila y estaban encerrados. Y la señora le dijo: “Tenés que salir así”, y atravesó la pared.


- ¡Uy! ¡Era un fantasma! – Exclamó Felipe, sarcásticamente, fingiendo sorpresa.


- Así como lo oís Felipito, así le pasó al primo mio.


- Esas historias pasan seguido che. Y hay gente que no cree nada de esas cosas.- Reflexionó Manuel.


- Seguro que sí, Manuel.- Agregó Sixto- Y hay gente que no quiere creer en nada de eso.


- ¡Yo no creo en nada de esas cosas!- Dijo Felipe mirando a la cara a todos, de manera un tanto desafiante.


- Yo tampoco creo mucho, pero hay que entender chango, que por ahí aunque a uno no le pase, esas cosas pueden pasarle a otro.- Dijo José, el santiagueño, que ya estaba tomando caña como los otros.


- ¿Qué quiere decir usted con eso José?- Preguntó, confundido, Felipe.


- Mire, yo le voy a contar también una de esas historias raras que pasó allá en mis pagos de Frías, en Santiago. Usted sabe, que dicen que allá en Frías le paso algo raro a un muchacho que era del pueblo. Había ido a bailar, y conoció a una chica en medio de la noche. Dicen que la notaba pálida. Casi igualita al color del vestido blanco que llevaba puesto. Bueno, le preguntó el nombre, Susana se llamaba, y conversaron muy poco, porque esta mujer no era de mucho hablar. Susana le dijo al chango que ya se tenía que ir, y él la acompañó hasta la casa, y en el camino, como la noche estaba media fresca, le prestó su campera a la tal Susana. Llegaron hasta la casa, se despidieron, ella entró y él se fue. En el camino se dio cuenta de que le había dejado la campera. Así que le iba a servir de excusa para verla al otro día.


- Yo ya la conozco a esa historia, santiagueño.- Interrumpió Felipe- Todos cuentan la misma, y no puede ser que en todos lados pase lo mismo, alguno miente, o todos.


- ¡Déjelo que cuente Felipito! Que yo no me la se.- Pidió Manuel.


- Bueno, y al otro día se fue para la casa de la Susana a pedirle la campera. Llegó y golpeó la puerta, y salió una señora bastante viejita. Le preguntó que quería, y el chango le dijo que si estaba la Susana. Dice que la mujer se puso rara y le preguntó de vuelta a quién buscaba. A Susana, le volvió a decir. Acá ya no hay ninguna Susana le dijo la mujer. El chango le dijo que sí, que el la había llevado a esa casa en la madrugada, que le había dado una campera y que venía a buscarla. No puede ser, le dijo la señora llorando, porque mi hija se murió hace ya 17 años…


El chango se quedó duro, dicen. Y le preguntó a la mujer que dónde estaba la hija, otra vez. En el cementerio le dije. Como el chango no le creía, la señora lo llevó a la tumba. Dicen que el chango se volvió loco, cuando la mujer en el cementerio señaló una tumba que era la de la hija. Porque miró para ahí y vio en la cruz que estaba su campera colgada…


- Es la misma, igualita que una que me contaron allá en Corrientes.- Dijo Felipe.- ¿Ven que son todas mentiras esas cosas?


- Yo no se Felipe, yo a esta historia solo la escuche una vez allá en Frías y no sabe el miedo que me dio. Un poco creo yo.- Le dijo el santiagueño.


- Pero usted Felipe no ha vivido nunca nada de eso.- Intervino Sixto.- A mi me pasó una vez que iba cruzando un puente caminando, y miré para el suelo y el piso se veía como con una alfombra roja y el fierro del puente parecía oro. Uno ahí se da cuenta que...- Sixto se calló de golpe y se sobresaltó, como todos, cuando escucho dos golpes fuertes en el otro extremo de la casilla de chapa, donde estaba la puerta.


Se quedaron todos callados y quietos, asustados por lo inesperado de aquel sonido y a las cuatro de la madrugada, sabiendo que cerca de su casilla no había nadie cerca. Las otras precarias viviendas de los paperos, estaban alejadas como a tres hectáreas, cerca de la entrada al campo.


- Vamos a ver, Manuel.- Dijo Felipe susurrando.-


- Pero te fijas vos, yo voy hasta la puerta nomás- Le aclaró Manuel.


Fueron hasta la puerta y Felipe abrió. Miró, pero no había nadie cerca. Entonces salió afuera para ver si había alguien del otro lado, y rodeó ese cúmulo de chapas heladas que era su casilla, mientras Manuel había salido afuera y esperaba a un costado de la puerta. Cuando Felipe, antes de volver hacia donde estaba el otro, miró hacia el medio del campo, vio algo que hizo poner su sangre más helada que el hierro mismo a la intemperie: Una figura humana con un vestido blanco que resaltaba en la oscuridad de aquel paisaje desierto, viendo que llevaba puesto un guante en una mano, blanco también, y que se alejaba caminando hacia lo más negro de aquella noche típica de llanura bonaerense en invierno.


El miedo que lo recorrió lo obligó a desviar la vista al suelo. Cuando miró nuevamente, ya no había nada.


- Estos me metieron ideas en la cabeza y ahora me las imagino. Seguro que ya tomé mucho.- Pensó para si mismo Felipe, con su corazón latiendo acelerado.


Volvió a la puerta y casi hablando al mismo tiempo que Manuel, que allí esperaba, dijo:


- Acabo de creer que estaba loco, por un momento lo pensé amigo.


- ¿Y andaba alguien por ahí?.- Preguntó Manuel. Y ocasionando un terror extremo, un miedo que recorrió a Felipe hasta lo más profundo, conmoviendo sus ideas y su mente, sin intención alguna, pero de una manera atroz, agregó.- Porque yo encontré esto.- Mostrando en su mano un objeto blanco, una tela trabajada, que era un guante de mujer…
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Renacer

Siento el cansancio sobre mi,
siento que el sol no está ,
veo alrededor y sólo estoy.
Pero está por venir...ya está aquí.


Él es mi peor enemigo,
es el que todo lo atraviesa.
No se detiene, no descansará.
Es el dolor y está conmigo.

Está por todas partes, ¿Se irá?
Nadie es más fuerte que él,
es el dolor al que le digo no.
Y decido por mí, por todo: ¡Se irá!

La luz del día es por mí,
el viento, el agua, el aire.
El día y la vida están pasando,
es necesario vivir, no pensé en morir así.

No es una muerte natural,
pero es un sentimiento que podré evitar.
El sol está ahí y lo puedo ver,
siento que vuelve la vitalidad.

Esa luz brilla hoy por mi, apagando la maldad,
el corazón me grita que hoy quiere renacer.
Me dice que hay sueños por cumplir,
lugares donde llegar, personas enemigas de la maldad.

La meta está lejos, y un día me veras llegar.
Porque lo oscuro quedó atrás.
Fuera dolor, un alma renacerá.


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Extraño suceso en el Hospital San Buenaventura


  Hace poco tiempo llegó un sobre a mis manos. Lo que contenía eran varias hojas amarillentas, escritas con lápiz. Expedientes de un interno del hospital San Buenaventura, luego llamado Hospicio de las Mercedes (actual Hospital Interdisciplinario Psicoasistencial José T. Borda), correspondiente al año 1904. En un principio me pareció extraño que el nombre del enfermo estuviera borrado. Leyendo todas las hojas del registro del paciente encontré referencias acerca de cosas muy extrañas que sucedían con él. Y también referencias acerca de las hojas escritas a mano, de puño y letra del desequilibrado. La enfermedad que padecía era esquizofrenia. La hoja más importante escrita por él, decía lo siguiente:






Será dificil de explicar, o será dificil de entender.No lo sé...solo voy a contarlo.Por más sorprendente que sea, por más increible,alguien sabrá entenderlo, o sabrá entenderme.


Es el fuego.El fuego es lo que me tiene atrapado,podría decirse que yo controlo el fuego, pero no es así, porque es él el que me controla a mi. Lo podrían entender como un don del cual soy poseedor.No es así,es un castigo.Alguien me dio ese horrible castigo.


No quiero hablar de mi,sino de lo que me pasa.Todo era normal,hasta que esa figura tan extraña se apareció ante mi vista, desde la nada misma, con un túnica negra.


Pero será mejor no abrumar con partes sueltas de toda la historia. Para entender mejor es necesario conocer toda la historia. La muerte y la venganza son parte de ella. Tristemente la venganza; al recordar siento un profundo dolor.



Un familiar muy cercano,para ser más preciso,una hermana,había muerto. Había sido asesinada, porque así corresponde decirlo y fue lo que pasó, la sasesinaron. Me hallaba en mi casa, tan humilde mi casa, como mi familia. Y al llegarme la noticia , la impotencia, la bronca, la furia, se habían apoderado de mi.Esos sentimientos me controlaron e hicieron que yo iniciara el fuego,el fuego en mi vida. Porque alguien,una persona cuyo nombre no interesa, me dijo el nombre del verdugo de mi hermana,era un nombre conocido y sabía donde vivía.


Me aseguraron y me juraron que el asesino era esa persona. Lo habían visto. Como dije, la furia se apoderó de mi, y me indujo a iniciar el fuego esa noche, en esa casa. En la casa de él,del asesino del cual quería vengarme. A pocas cuadras de mi hogar vivía un hombre casi anciano, solitario, del que se decian muchas cosas, siempre cosas malas. De madrugada fui hacia el lugar, hacia su casa, logré abrir una de las puertas sin hacerme notar, esparcí el combustible que llevaba para cumplir mi tarea y encendí el fósforo que rapidamente solté para que el fuego se iniciara y terminara con la infáme bestia asesina y sin alma.


Desde ese día el fuego se inició en mi vida.Y terminó con la vida de ese asesino. Muchas veces la gente miente, dice cosas que no sabe. Y la persona que me había señalado al autor del crímen , acusaba injustamente, decía mentiras. Y tanta gente miente ¡Y yo odio la mentira! Y yo, por dejarme llevar por calumnias, hice lo que hice. Quise vengar una muerte provocando otra muerte de una persona inocente.



Aunque nadie supo jamás que fui yo el que produjo el incendio, nadie mortal, algo de otro mundo me vio. Existe una justicia, pero no es la de los hombres. Es una justicia superior dictada por seres extrañamente vistos como no pertenecientes a nuestro mundo. Fue así que una figura humana se me apareció en medio de la oscuridad de mi habitación, esa misma noche de mi crímen. No pude ver su rostro, recuerdo solamente que una luz muy brillante se apoderó del cuarto, y fue bajando de intensidad y dando forma a aquel ser. Sus ropas eran negras, cubriendo todas sus extremidades y no dejando ver su cara.



¡La muerte! Tenía que ser eso lo que veía rodeado por una luz blanca y con ropas negras. Me quedé inmóvil contemplándolo fijamente. Hasta que me señaló y dijo mi nombre. Estaré loco pero no voy a escribir mi nombre, nadie debe saberlo, ni saber lo que hice , ni lo que hago. Me dijo que era un ángel, que él era mi propio ángel negro. Su voz resonaba por todo rincón y me golpeaba directamente en lo más profundo de mi ser. Dijo que no tratara de comprender esa aparición, porque eso escapaba a las posibilidades de tan insignificante raza como la mía. Me contó que sabía de mi mala acción con aquel inocente, y que por eso recibiría mi castigo. Que por no haber controlado mis actos y haber creído una mentira, desde ese momento en adelante sería incapaz de controlar mi cuerpo, y que él había decidido manejarlo. Y desapareció.



No sabía lo que hacía, cuando empecé a gritar como un loco, no me controlaba a mi mismo. Era consciente de que no era yo el que estaba gritando, pero la voz salía de mi boca, y yo veía como me miraban los miembros de mi familia. Gritaba cosas incoherentes, parecía un demente.


Esa misma escena se repitió unas veces más, hasta que me encerraron. Este neuropsiquiatrico es la cárcel que me asignaron. Hasta dijeron que yo había matado a mi hermana, pero no creo haber sido yo, mi mente funcionaba bien antes del asesinato de ella. Pero me es imposible recordarlo, ya no puedo controlar mis propios recuerdos, todo lo controla mi ángel oscuro.


Soy inmensamente infelíz acá adentro. No soy dueño de mi cuerpo, de mis actos. Tampoco se por qué mi mano mueve este lápiz escribiendo sobre este papel. Soy inmensamente infelíz...







Y esa frase se repetía en muchas hojas más: Soy inmensamente infelíz. Nadie pudo explicar lo que decía aquel papel, nadie pudo entenderlo, según el historial médico. Tampoco pudieron explicar cómo llego un lápiz y papel a las manos de ese interno al que sólo se le suministraba alimento y nada más. Como otras tantas veces se lo atribuyeron a una mente perturbada, y a la locura. Entre tantas cosas extrañas pude entender porqué ese sobre había llegado a mis manos sin remitente, y porqué el nombre del autor de esas escrituras no aparecía en ninguna parte y estaba borrado. Queda en cada uno juzgar e intentar comprender. Yo todavía no lo pude hacer...

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Preso de un sueño. Fórmula de la muerte

  Caminaba por la casa, al igual que en las noches anteriores, tratando de que el sueño se apoderara de él. Pero era inútil, no lo conseguría, y tal como le había sucedido en las seis noches pasadas no podría dormir.


No es que se sintiera cansado, pero era terrible tener que mantenerse despierto, no por voluntad propia, durante seis días y seis noches seguidas. El hecho de que su cuerpo no sintiera el tiempo sin descanso era algo sumamente extraño. Aunque eso no era gran molestia, lo que realmente le preocupaba era lo que de madrugada tenía que hacer: pensar. Sólo pensar era lo que le quedaba. A veces sentía que iba a enloquecer.


Éste joven de tan solo 15 años no le había contado a nadie su problema. Despues del quinto día sintió mas preocupación, pues aquello que le acontecía, al fin y al cabo, no era normal. En la quinta noche en vela contabilizó que eran 123 horas las que se había mantenido despierto. El problema sumaba cada vez más tiempo, y la necesidad de pedir ayuda crecía, pero decidió esperar un día, y, sobre todo, una noche más.


El dìa seis transcurrió, sin sueño, sin cansancio, aguardando a que el sol se apagara, y quizá sus ojos se cerraran por fin para terminar con esto de una vez por todas. Pero fue igual. Igual que las cinco jornadas anteriores. A las 5:07 calculó, de manera exacta, que hacía 147 horas y 29 minutos que no dormìía. "Esto me debe pasar sólo a mi. Este problema no le habrá ocurrido jamás a nadie, sólo a mi me pasa..." Pensaba. Luego de esa noche decidió que por la mañana hablarìa con alguien acerca de su gran complicación.


Para el resto de la familia un nuevo día comenzaba, pero para él sería otro día interminable, de pensamiento. Pero sería distinto porque daría a conocer su problema. Su abuelo de 77 años era el único que estaba en la casa junto a él.


Debido a la gran confianza que le tenía, no le fue difìcil relatarle lo sucedido. Tampoco le fue difìcil, sino sorprendente, escuchar que su abuelo le  dijera que a él le había sucedido lo mismo cuendo era joven, pero le contó también que había encontrado la soluciòn a esa tortura. El muchacho creyó encontrar la salvación.


Pidió a su abuelo que inmediatamente le diera esa solución, porque quería volver a ser una persona normal, volver a dormir normalmente como el resto del mundo. Fue entonces que el abuelo dijo: "Vas a dormir profundamente al hacer lo que te voy a indicar. Esta noche al acostarte pensaras que caminas por un campo, grande, muy grande, por el que caminaras sobre el trigo que allì habrá, sobre el trigo amarillo donde el sol se reflejará. Irás hacia una casa, te imaginaras la casa como tu desees. Puedes imaginarte el lugar como más te guste, puede haber lo que quieras que ahí halla. Y el sueño llegará, tal como en su momento me llegó a mi, y el problema quedará atrás".


El anciano cometió un error al dar ese consejo. Pero no era su culpa lo que le sucedería a su nieto. El destino es así, si es que existe, y todo tiene una razón de ser, un motivo, por algo pasan algunas cosas. No era su culpa...


Ansioso, el chico esperó la séptima noche. Al acostarse, feliz por tener la solución, pensó que al fin podría conciliar el sueño. Y comenzó a pensar, con los ojos cerrados, en un campo de trigo, interminable, inmenso, de un amarillo casi dorado, casi enceguecedor por el reflejo del sol, y allá a lo lejos iamginó una pequeña casa de color blanco, con un gran árbol , a un lado, dando sombra. La casa parecía un oasis en aquel desierto amarillo, y él caminaba hacia ella. Llegó, por fin llegó. Ya estaba en la casa. Se sentó,. Si, se sentò bajo la sombra del árbol fuera de la casa, y esperó. Esperó sin saber que era lo que esperaba, y se preguntó si ya estaría dormido.


Fue el abuelo el que intentó despertarlo, pero no hubo respuesta. Asustado llamó a la madre del chico, que tampoco pudo arrancarlo de ese profundo sueño. Un médico llegó, una ambulancia. Dormía. Todavía dormía en el hospital, estando, según dijeron los especialistas, en coma profundo, habiéndose salvado por muy poco de morir. Se encontraba muerto en vida...


Pude haber imaginado este lugar, esta casa con más cosas, no tan aburrida. El abuelo dijo: "Pudes imaginarte el lugar como más te guste, puede haber lo que quieras que haya", pero ahora ya es tarde, lo imaginé así, no escuché bien sus palabras cuando me dio la fórmula de la muerte. Pude haber pensado que había algo más que ese color amarillo que tan cansado me tiene.


Para ellos estoy inmóvil en la cama, sin respuesta. A veces se oye la voz de alguien a lo lejos, es una voz conocida: la voz de mamà. Ya no intento responderle como lo hacía antes, ya entendí que no me escucha aunque yo la escuche a ella. El tiempo para ellos pasa, y aquí no; todo permanece igual, la casa en su lugar, el cielo celeste, el sol brillante reflejado en el campo que me parece un desierto, y el àrbol a un lado de mi casa. Allá duermo, acá no hay noche, no hay nada más que yo y lo poco que imaginé.


Pienso que pude haber imaginado la compañia de alguien, alguna persona especial para mi, pero no lo hice y ya es tarde para hacerlo. Pude haber imaginado algunos animales alrrededor de mi casa !Tantas cosas¡ Pero ya es tarde, no puedo volver atrás para agregarle o quitarle, sacarle o ponerle las cosas que quiero a este lugar del que no hay salida. De cuantas formas mejores a esta pude haber imaginado la cárcel de mis sueños...



Matias Gallardo.

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